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La cuna de las radiografías, los trasplantes y la anestesia en el país



La Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia se ubica entre las mejores del mundo.

"El Ejecutivo no puede decretar el establecimiento de la cátedra de medicina que se solicita mientras no tenga una seguridad respecto de la dotación del preceptor, y esta seguridad no puede tenerla mientras no hay una escritura pública en la cual los que solicitan el establecimiento se comprometan a sostenerlo”.

Esta fue la respuesta que el general Francisco de Paula Santander les dio en 1834 a un grupo de ciudadanos que a través de Juan de Dios Aranzazu, gobernador de la provincia de Antioquia, pedían que se autorizaran las clases médicas en la ciudad de Medellín.

Como dichos ciudadanos no eran pudientes, esta cátedra no fue consolida en su momento; sin embargo, según el médico Tiberio Álvarez en su libro Historias subterráneas de la medicina antioqueña, tres años más tarde –en abril de 1837– José María Martínez fue autorizado para dictar clases de medicina en el Colegio Seminario de Santa Fe de Antioquia, bajo la condición de que estas fueran gratuitas y no se practicaran disecciones anatómicas.

John Jairo Arboleda, rector de la Universidad de Antioquia

Universidad de Antioquia.

Con base en lo anterior, en 1851 se le concedió a dicho colegio –más tarde Universidad de Antioquia– la facultad de expedir títulos universitarios mediante la presentación de exámenes ante un consejo de expertos, por lo cual algunos médicos de la época se dedicaron a dictar clases particulares, incluida la materia de anatomía, al punto de que Justiniano Montoya fue el primero en Antioquia que utilizó cadáveres en el proceso de enseñanza, convirtiéndose de paso en el precursor de los estudios prácticos.

De esta forma se inició la transmisión de conocimientos médicos en Medellín, por la época en que a la ciudad llegaban profesionales de diferentes partes, la mayoría con estudios en Francia y Bogotá como Pedro Uribe Restrepo, José Ignacio Quevedo, Manuel Uribe Ángel y Andrés Posada Arango, los dos últimos considerados como sabios de la ciencia y la medicina en Colombia.

De hecho, Quevedo Amaya, que era bogotano y había sido médico de cabecera de Santander, practicó la primera cesárea en feto vivo en América Latina a la par que introdujo la anestesia en el departamento de Antioquia e hizo parte de los jurados examinadores para obtener diplomas antes de 1871.

Fue por esa época cuando Pedro Justo Berrío, autorizado por la Ley 198 del 18 de octubre de 1871, firmó el decreto que le dio vida a la Escuela de Medicina de la Universidad de Antioquia, que se institucionalizó el 14 de diciembre del mismo año e inició clases en febrero del año siguiente con un puñado de alumnos bajo una notoria influencia de la escuela médica francesa.

Dichos estudiantes recibían sus clases clínicas en el hospital de caridad y, según la descripción de Álvarez, para los actos solemnes y el culto religioso debían estar rigurosamente ataviados con botines de becerro, pantalón y levita de paño negro, chaleco, corbata y sombrero negro; de su solapa derecha prendía un tricolor con el escudo de armas de la universidad bordado en plata con la inscripción ‘Universidad de Antioquia’.

De este grupo, entre 1875 y 1876 se graduaron Ramón Arango de Abejorral, Tomás José Bernal de la Ceja, Jesús María Espinosa de Guatapé; Alejandro Fernández, Julio Restrepo y Francisco Velázquez, los tres de Medellín, entre los primeros médicos egresados de la hoy Facultad de Medicina de la Universidad de Antioquia.

Hay que decir que estos procesos académicos crecían con las dificultades propias de las limitaciones de la época; sin embargo, sus prácticas se realizaban en el hospital de caridad de San Juan de Dios, la primera biblioteca con la que se contó estaba formada con los libros que guardaba en baúles bajo la cama el profesor Manuel Uribe Ángel, considerado el padre de la medicina antioqueña; condiciones que el mismo Ángel describió en su momento así: “Mal pudiera yo afirmar que nuestra situación es satisfactoria. Carecemos de un anfiteatro anatómico, no tenemos pabellón quirúrgico y hay ausencia completa de bibliotecas”.

No obstante, esto no era obstáculo para quienes se empeñaban en sacar adelante este proceso. Incluso consideraban que con esto estaba germinando algo importante. Uribe Ángel decía: “Lo que hasta ahora se ha hecho en el estado de Antioquia en relación con los estudios medicinales es bueno y es útil, es honroso y da esperanzas”.

Cumplimos 150 años formando médicos y profesionales que le apuestan al mejoramiento de la calidad de vida de los colombianos.

A estas dificultades envueltas en esperanzas se les sumó que la transición entre los siglos XIX y XX no fue fácil para el país por cuenta de las guerras civiles, tanto así que en 1905 el rector Tulio Ospina ordenó convertir la universidad en un instituto técnico, por lo que la naciente Escuela de Medicina se mantuvo cerrada hasta 1910.

Pero los años de cierre no fueron del todo perdidos, según lo expresado por Tiberio Álvarez en su libro, porque en 1901, mientras estallaban los fuegos de la guerra de los Mil Días, Juan Bautista Montoya y Flórez tomó la primera radiografía en el país, un hecho que la Academia de Medicina de Medellín describió como “una hermosa radiografía de la mano de un sujeto que había recibido un balazo en el dedo anular y cuya bala se había dividido en tres fragmentos”.

Dos años más tarde se dio inicio a una especie de era científica con la inauguración de la primera sala de cirugía en el hospital San Juan de Dios de la mano de Montoya y Flórez, quien, para exaltar la importancia de este hecho, en el acto de inauguración dijo: “Medellín debe enorgullecerse en ser la primera ciudad en Colombia que cuenta con una sala quirúrgica a la altura de las de Europa”.

Y no era para menos, porque se trataba de una sala hexagonal de techo alto, con abundante luz natural, vista al jardín para crear una sensación de tranquilidad y con las paredes pintadas de azul porque, según su creador, “a ese color no se le arrimaban los moscos”.

A partir de entonces, el cambio fue mayúsculo porque antes las cirugías se realizaban en las casas de los pacientes, sin dejar de lado que este recurso dio un empujón significativo no solo a la educación, sino a los servicios sanitarios en Antioquia. Crecimiento sin freno.

Durante la primera mitad del siglo XX, la enseñanza de la medicina en la escuela estuvo basada en el modelo francés y, por esa época, su crecimiento requirió de más espacios físicos. Así, el 21 de noviembre de 1925 se puso la primera piedra de la que sería la Facultad de Medicina en un terreno cercano al Hospital San Vicente de Paul que se había comprado bajo la orientación de Emilio Robledo, rector de la universidad.

En 1934 se terminó la construcción, lo que permitió que se cerraran las puertas del hospital de caridad San Juan de Dios y sus pacientes se trasladaran al San Vicente. Esto dio inicio a la relación entre la Facultad de Medicina y el hospital, la cual se ha mantenido desde entonces.

No sobra decir que de la escuela seguían saliendo médicos, todos hombres, hasta que en 1947 (cuando ya habían egresado 487 médicos) Clara Glottman se convirtió en la primera mujer egresada de dicha escuela, lo que abrió paso para que desde entonces la presencia femenina fuera constante en las aulas.

Carecemos de un anfiteatro anatómico, no tenemos pabellón quirúrgico y hay ausencia completa de bibliotecas.

Hay que decir que la Segunda Guerra Mundial, que había dejado a Europa en ruinas, debilitó las estrechas relaciones que tenía Francia con las escuelas médicas colombianas, y a la par se volteó a mirar hacia Estados Unidos, que expandió sus modelos económicos, educativos y tecnológicos a esta parte del mundo, lo que permitió que después de varias misiones extranjeras se cambiaran los modelos de formación.

Luego, en la década del cincuenta, se avanzó en los procesos de modernización docente en ciencias básicas y dotación de laboratorios, y se le dio un impulso importante a la investigación con resultados que pudieron aplicarse en la práctica clínica.
Las necesidades de atención en la población hicieron que en octubre de 1953, el rector Ignacio Vélez Escobar y el decano Óscar Duque abrieran la puerta de las especializaciones, y como ocurrió con la incursión de mujeres en la formación médica, este paso convirtió a la facultad en la primera en avanzar por la senda de los posgrados.

Hoy, 150 años después, existen 46 especialidades clínico-quirúrgicas y un doctorado clínico.

Otro capítulo importante tiene que ver con la proyección social de la medicina, que desde 1956 se impulsó en cabeza del profesor Héctor Abad Gómez, que motivó a los egresados a asumir liderazgos activos en procura de mejorar la salud de la comunidad en un contexto integral y marcó un derrotero de servicio real no solo en Antioquia, sino en todo el país.

La facultad también tiene en su historia haber realizado el primer trasplante exitoso de riñón con donante vivo en Colombia, al que le siguieron los primeros trasplantes de hígado y de corazón, entre muchos otros hitos que le han dado renombre mundial en este tema a la Facultad de Medicina.

Con la llegada del nuevo milenio, se creó el programa de Instrumentación Quirúrgica y, como parte del proceso de acreditación del programa de Medicina, en el año 2000 se implantó una reforma curricular que centró los métodos de aprendizaje en los estudiantes.

Mientras esto ocurría también se potenciaron los procesos académicos flexibles para formar a los estudiantes en diferentes campos con un enfoque integral y humanístico. Ya en las últimas décadas, con el advenimiento de las nuevas tecnologías, la Facultad de Medicina se ha consolidado como una de las más importantes del mundo, al punto de que en estos 150 años de vida se ha convertido en un orgullo no solo para Antioquia, sino para el país entero.