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Logística: ¿un actor fundamental para reducir el hambre en el mundo?



El hambre es uno de los males que todavía aqueja a millones de personas en todo el planeta. Si bien son muchos los aspectos a tener en cuenta frente a este problema, las cifras indican que la producción no es uno de ellos. En la cadena de valor de los alimentos, la logística funge como un actor fundamental para revertir este flagelo que, además, tendría consecuencias más allá de lo meramente nutricional. 

En el ocaso del siglo XVIII, Thomas Malthus, uno de los exponentes más reconocidos de la economía clásica, y con influencia en la economía política de la época, lanzó una afirmación apocalíptica: para finales del siglo XIX no habría suficiente alimento para toda la población del planeta. 

Sus observaciones acerca del crecimiento demográfico y la producción agrícola lo llevaron a esa conclusión. Mientras la población crecía a un ritmo geométrico, los alimentos lo hacían de forma aritmética. Para no perderse en detalles matemáticos, esto simplemente quiere decir que en algún punto habría más gente que comida y la distribución media de alimentos empezaría a caer, con todas las consecuencias que ello trae. 

Por fortuna, como es obvio, sus predicciones fallaron. El incremento en la productividad agrícola hizo que se elevara la producción del área cultivada y con la misma tierra se pudo producir más alimentos. Así, la mayor demanda por cuenta de una población en expansión, pudo suplirse. 

Según cifras de la FAO, solo en cereales, actualmente se producen más de 2.700 millones de toneladas –con crecimientos cercanos al 2 % anual–. Haciendo un cálculo rápido, esto significa que la producción mundial podría repartirse en unos 330 kg de cereales por cada habitante del planeta, un poco menos de un kilogramo diario. 

Si a esta cifra se le agregan las toneladas de frutas, vegetales y productos animales, totalizando más de 4.000 millones de toneladas de alimentos, es evidente que hay más que suficiente para que cada persona quede satisfecha. Desafortunadamente, es claro que el escenario de una boyante nutrición y seguridad alimentaria mundial solo se cumple en el papel y los promedios. 

El hambre es un flagelo que golpea más de 800 millones de personas en todos los rincones del planeta. Debido a esto, el 33 % de las mujeres en edad reproductiva padece anemia, lo que es consecuente con que el 22 % de los niños menores de cinco años presente problemas de desarrollo. 

Si bien son muchas las aristas que deben atenderse para contrarrestar esta situación, entre las cuales están las políticas de crecimiento y desarrollo, provisión de bienes públicos, reducción de la desigualdad y la pobreza, contingencia ante los ciclos agrícolas, entre muchas otras, las operaciones logísticas involucradas en la cadena productiva de los alimentos juegan un papel preponderante. 

La correcta acción y eficiencia logística es clave para poner más y mejores alimentos en las mesas de esos millones de hogares que hoy no pueden suplir sus necesidades calóricas. Esto es de suma importancia para un planeta cada vez más poblado, urbanizado y con presiones climáticas en ascenso. 
Pérdidas irrecuperables 

El problema alimentario es tan dramático, que el segundo de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) tiene que ver, expresamente, con erradicar el hambre. De acuerdo con una de las metas propuestas en el marco de estos objetivos, para 2030 se debería poner fin al hambre y haber asegurado el acceso a todas las personas a una alimentación sana, nutritiva y suficiente. 

Con esto se daría paso a eliminar la malnutrición, lo que reduciría el retraso en el crecimiento infantil y en el desarrollo adolescente. Además, se tendrían ganancias en productividad por cuenta de una mejor salud de la fuerza laboral y su núcleo familiar –padres que tienen que atender hijos enfermos son, obviamente, menos productivos–. Entonces, incluso obviando el componente humano y quedándose meramente con el economicista, es claro que una población sin hambre es la base para un mejor planeta. 

Para cumplir con estos objetivos, las estrategias planteadas han puesto particular interés en incrementar la productividad agrícola, mantener la diversidad genética de las semillas, fortalecer la adaptación frente al cambio climático y evitar las restricciones y distorsiones comerciales. 

Sin embargo, aunque todos estos elementos son fundamentales, dejan de lado la integración de la cadena productiva y los problemas que hay en ella. Según la FAO, solo en productos agrícolas, entre la producción y el consumo se pierde, en promedio, el 13,8 % de ellos. Pero la situación es todavía más dramática en el caso de los tubérculos, cuyas pérdidas superan el 25 %, no muy lejano del 21,6 % de las frutas y vegetales. 

Curiosamente, las pérdidas de carne y productos animales, que requieren de procesos más complejos de producción, transporte y almacenamiento (debido a la cadena de frío), son inferiores al 12 %. Una posible explicación de esto es precisamente que la tecnificación necesaria para la producción de carne y los mayores costos asociados a la actividad obliguen a los productores a ser más cuidadosos. Esto, sin mencionar que, dado ese especial trato a tener con los productos pecuarios no son tan numerosos los actores que cuentan con la capacidad de transportar y almacenar estos productos. 

Ahora bien, si se suman las anteriores cifras de pérdidas de alimentos a las de desperdicio (entendido como el descarte o uso no nutricional de los alimentos a lo largo de la cadena de valor), se llega a la dramática conclusión de que alrededor del 30 % de estos productos no se consume. 

Estos hechos son una ratificación de la importancia de la logística en la cadena de valor de los alimentos e, incluso, al interior de cada uno de sus eslabones. En la medida en que las actividades de cada uno de ellos se torne más eficiente y el manejo, transporte y almacenamiento se haga de manera óptima, menor será la cantidad de alimentos desperdiciados y se estará más cerca de cumplir con las metas de ese ODS. 
Logística, un actor clave 

Cuando se desagregan las cifras de pérdidas y desperdicios de alimentos por los diferentes eslabones de su cadena de valor, es evidente que la logística tiene un amplio espectro de posibilidades para reducir esos datos. Solo en el caso de África subsahariana se pierde el 12,7 % de los alimentos en la poscosecha, 4,5 % en el procesado y envasado de los productos y otro 4,6 % en la distribución. Esto es un escenario escandaloso para uno de los lugares con mayores necesidades en materia nutricional del planeta. 

Un hecho a destacar es que, en contraste con el resto de regiones, el desperdicio de alimento en la parte final de la cadena (esto es, el consumo), en África subsahariana es el más bajo (1,3 %). Esto demuestra la inmensa necesidad de la región, si se compara con el guarismo de los países europeos (12,6 %). 

La ironía es que, mientras en los países menos nutridos, las pérdidas y desperdicios se concentran en los eslabones intermedios de la cadena, en los desarrollados son los consumidores los que terminan desperdiciando los alimentos. De hecho, las naciones de ingresos altos desperdician más de 670 millones de toneladas cada año, de las cuales más de 260 millones se atribuyen al no consumo (39 % del total desperdiciado) y 192 millones a los eslabones intermedios (29 % del total perdido). 

En comparación, en países de ingresos bajos y medios, se pierden 630 millones de toneladas, de las cuales los eslabones intermedios son responsables por cerca de 385 millones (61 % del total perdido). Al final de la cadena, en manos de los consumidores, solo se desperdician 23 millones de toneladas. 

Con esto, es claro que la logística tiene el potencial de cambiar la dinámica nutricional de aquellos lugares menos favorecidos, pues es en ellos donde se pierden más alimentos en la poscosecha, el envasado y la distribución de los mismos; no obstante, esto tiene tanto de ancho como de largo. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) determinó que los desperdicios y las pérdidas en estos eslabones intermedios de la cadena tienen múltiples factores involucrados. 

Siguiendo la ruta entre la cosecha y el consumo, uno de los primeros elementos involucrados en la pérdida de alimentos tiene que ver con la imposibilidad de sacar los productos desde los campos. Esto está relacionado con la calidad de la infraestructura vial, principalmente de las redes terciarias, de cada país. 

En el caso colombiano, solo el 10 % de la red vial terciaria se encuentra en buen estado. Esto dificulta la llegada de los alimentos hasta centros de acopio para su traslado a centros más densamente poblados. Si la mayor parte de los productos cultivados tiene que ser sacado a lomo de mula, no es una sorpresa que en el proceso se presenten pérdidas –sin mencionar los mayores costos en los que se incurre–. 

Ascendiendo en la cadena, una vez se logra salir del campo, está el reto del manejo, almacenamiento y transporte en las condiciones adecuadas de salubridad –temperatura, humedad, etc.–. Desafortunadamente, no siempre se cumple con los estándares mínimos, o se exagera en los tiempos de acopio o cantidades almacenadas, lo cual deteriora los productos y genera pérdidas adicionales. 

Lo anterior también es una extensión de los costos que genera una infraestructura deficiente. Si es difícil sacar los alimentos del campo, hay mayores tiempos de espera en los centros de acopio y se crea un incentivo para intentar transportar la mayor cantidad de alimentos en la menor cantidad de vehículos de carga posible para reducir costos de transporte. De hecho, el almacenamiento es el responsable de entre 7 y 22 puntos porcentuales de las pérdidas de alimentos. 

Estas ineficiencias terminan trasladándose conforme se avanza en la cadena de valor, por lo que no es poco común que, en los almacenes minoristas, también haya problemas en el almacenamiento, empaquetado y exhibición de los productos alimenticios. Inventarios excesivos, alimentos dañados junto a aquellos que están en buenas condiciones –pero que por esa cercanía terminan perjudicados–, pobre manejo de los productos desde las bodegas hasta las estanterías (porciones sobredimensionadas, por ejemplo), se suman a la larga lista de deficiencias que generan pérdidas de comida. Por este concepto se pierde entre el 2,5 % y 15 %, principalmente, en aquellos lugares donde los procesos de empaque se realizan de forma manual y poco tecnificada. 

En definitiva, la ONU, junto con la FAO, recomiendan atacar falencias en todos los niveles productivos. Por supuesto, unas medidas son más fáciles de alcanzar que otras, pero cualquier ganancia se traducirá en menores índices de hambre. Ante las difíciles realidades en materia de infraestructura vial, es posible explorar otras alternativas de transporte, como la fluvial. 

Así mismo, una mejor capacitación de las personas encargadas del manejo de los alimentos es fundamental para reducir las pérdidas de alimentos y los costos asociados a ellas. El correcto almacenamiento de los alimentos, se traduce tanto en mayores ganancias económicas como en un mayor volumen de alimentos transportado. 

Algunos pilotos adelantados en el sudeste asiático han demostrado que, con las herramientas adecuadas y la voluntad de los actores involucrados, es posible reducir hasta en un 87 % las pérdidas de alimentos. Por supuesto, cada cultivo tiene sus particularidades, por lo que esperar reducciones homogéneas en todos los productos es irreal, pero es indudable que sí es posible mejorar. 
Más que hambre 

Aunque la principal cara del desperdicio y la pérdida de alimentos es la sostenibilidad alimentaria, hay más consecuencias detrás de ello que no son tan explícitas y que generan externalidades de alcance mundial. 

Una de las más llamativas tiene que ver con la sobreexplotación del campo. Si las pérdidas de alimentos a lo largo de la cadena se elevan, se hace necesario que la producción crezca para poder suplir una demanda en aumento –so pena de que se eleven los precios de los alimentos–. Esto implica, en algunas ocasiones, agotar la tierra y minar su productividad, forzando la extensión de la frontera agrícola, dando paso a problemas como la deforestación y el uso excesivo de pesticidas y agroquímicos. 

Tal situación se traduce, además, en uso subóptimo de recursos naturales como agua y energía, lo que no solo incrementa costos en el eslabón productivo de la cadena de valor –con las consecuencias tanto para la rentabilidad de todos los actores de la cadena, como para los precios al consumidor final– sino que genera una mayor huella de carbono. A esto hay que agregarle los mayores consumos de combustible por cuenta de tales ineficiencias, con lo que se cierra un círculo vicioso que profundiza los impactos ambientales. 

Así las cosas, el papel de la logística en la cadena de valor de los alimentos tiene una relevancia que va mucho más allá de la reducción de la desnutrición de la población. Su rol es tan relevante, que de su buen comportamiento se desprende un mejor futuro para un factor de alcance global como lo es el cambio climático.


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