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Factores familiares y su relación con factores de riesgo modificables para hipertensión arterial

La salud familiar constituye una preocupación para todos quienes trabajan con la familia. La salud de la familia está ligada al funcionamiento efectivo de la misma, la dinámica interna y el cumplimiento de funciones para el desarrollo de los integrantes. La relación entre la salud individual y la salud familiar se considera que es de doble vía, es decir, que la influencia es recíproca.

Resumen
La salud individual se desarrolla en el contexto de una familia con la formación de hábitos, estilos de vida, sistemas de valores, normas, actitudes y comportamientos hacia la salud. La familia que no puede afrontar sus crisis puede originar en uno o varios miembros un estado de desequilibrio o enfermedad. La obesidad, edad, sexo, estrés entre otros han sido identificados como los principales factores de riesgo para hipertensión arterial, los cambios en los estilos de vida pueden contribuir a disminuir los niveles de presión arterial.

Palabras clave: factores familiares, factores de riesgo, hipertensión arterial.
Introducción
La hipertensión arterial es un proceso de gran prevalencia en todos los países tanto desarrollados como no y que afecta a casi el 40 % de los adultos, constituye la principal causa de muerte y discapacidad en el mundo a través de sus complicaciones cardiovasculares. En la génesis de esta elevada prevalencia e incidencia múltiples autores señalan al cambio en el estilo de vida como generador al menos parcial de esta evolución tan negativa (Ordúñez, Pérez, & Hospedales, 2010).
El estilo de vida no solo influye en la aparición y desarrollo de la HTA sino también en el control de la misma (Roca & Coll, 2010).

Los problemas de salud familiar ejercen su influencia sobre la salud individual, determinándola a través de las prácticas saludables o patógenas seguidas por el grupo familiar. Un modo de vida familiar saludable promueve la salud de los miembros, mientras que un modo de vida familiar no saludable puede llegar a enfermar a los integrantes de la familia (González, 2000).

Desarrollo
La salud familiar constituye una preocupación para todos quienes trabajan con la familia. Ortiz (citado por González, 2000) define la salud familiar como la salud del conjunto de los miembros en términos de funcionamiento efectivo de la misma, en la dinámica interna, el cumplimiento de funciones para el desarrollo de los integrantes, la capacidad de enfrentar los cambios del medio social y del propio grupo, propiciando el crecimiento y desarrollo según las exigencias de cada etapa de la vida.
 
La relación entre la salud individual y la salud familiar se considera que es de doble vía, es decir, que la influencia es recíproca. La salud individual se desarrolla en el contexto de una familia con la formación de hábitos, estilos de vida, sistemas de valores, normas, actitudes y comportamientos hacia la salud (González, 2000).
El paso de una etapa a otra del ciclo vital familiar supone crisis y a este tipo de crisis se les ha denominado crisis normativas del desarrollo o transitorias y las derivadas de acontecimientos accidentales se les ha denominado paranormativas accidentales o no transitorias, cabe señalar que no toda familia en crisis es una familia disfuncional y que  las crisis sobrellevadas de manera adecuada suponen conquistas y son motores impulsores de cambio (J. Rodríguez, López, Tamayo, & Rodríguez, 2015).
La familia que no puede afrontar sus crisis y usa mecanismos patológicos de interacción intra y extra familiar puede originar en uno o varios miembros un estado de desequilibrio o enfermedad (Álvarez-Sintes, 2008).
Se define como riesgo a la probabilidad de enfermar o morir de por una determinada afección o accidente; los factores de riesgo son el conjunto de fenómenos de los cuales depende esta probabilidad, es por esto que en las estrategias de prevención de las enfermedades se debe priorizar la lucha contra los principales factores de riesgo. La obesidad, edad, sexo, estrés entre otros han sido identificados como los principales factores de riesgo para hipertensión arterial  (Álvarez-Sintes, 2008).
En condiciones de obesidad, existe una mayor producción de sustancias oxidantes altamente reactivas lo que establece una condición denominada estrés oxidativo el mismo que contribuye al desarrollo de procesos inflamatorios y daño endotelial mediante tres mecanismos: 1) activación de la cinasa inflamatoria JNK, que a su vez activa al NF-kB, con lo que se potencia el proceso inflamatorio; 2) oxidación, inactivación y disminución de los niveles de Óxido Nítrico; 3) oxidación de las LDL pequeñas y densas, lo que resulta en moléculas LDL oxidadas, potencialmente aterogénicas (Contreras & García, 2011).
Aunque el mecanismo de la asociación entre IMC y PA no se ha establecido, se sabe que la obesidad aumenta tanto la resistencia a la insulina como la hiperinsulinemia, cambios que pueden llevar a un incremento de la termogénesis, mediado simpáticamente para restablecer el balance energético. Este aumento de la actividad simpática estimula al corazón, los vasos sanguíneos y el riñón, contribuyendo a la HTA (Bautista et al., 2002)
El estudio de Gómez Monzón 2006 (citado por Albert, 2012) indica una relación estrecha entre las variables sobrepeso y obesidad con la hipertensión arterial, el 33.8% de los pacientes estudiados con sobrepeso y el 66.3% de los pacientes obesos fueron hipertensos. El 62.8% del total de los pacientes con sobrepeso y el 82.8% de los obesos presentaron niveles de tensión arterial clasificados como no óptimos (Albert, 2012).
El estudio de Campos Ismael & et al, indica que la prevalencia de hipertensión arterial fue 1.3 veces más alta en adultos con obesidad (Campos et al., 2013).
Diversos estudios muestran la asociación entre el peso corporal y los niveles de tensión arterial. Por cada aumento de un kg/m2 en el IMC existe un aumento de 0.76 mmHg en la presión sistólica y de 0.69 mmHg en la presión diastólica (Bautista et al., 2002; Contreras & García, 2011; Escribano et al., 2011).
Los individuos que presentan disfunción familiar se relacionan con el desarrollo de malos hábitos alimenticios (Mejía et al., 2014).
Un ambiente familiar disfuncional y una estructura monoparental son factores de riesgo para padecer sobrepeso y obesidad (Flores & Sánchez, 2011).
Las determinaciones de índices antropométricos constituyen herramientas de predicción de la hipertensión arterial debido a la asociación de los mismos (Afrifa, Agyemang, Ardey, Ogedegbe, & Graft, 2015; Lee, Lim, Baek, Park, & Park, 2015).
La Organización Mundial de la Salud sitúa al sedentarismo entre los 10 principales riesgos de mortalidad global en el mundo, siendo responsable del 6 % del total de muertes. La actividad física no es solo una actividad deseable sino una necesidad debido a los grandes beneficios de su práctica en la salud, de igual manera llevar una vida sedentaria conlleva consecuencias negativas para la salud y facilita la aparición de enfermedades (Córdoba et al., 2012).
Los bajos niveles de actividad física y conductas sedentarias se asocian con aspectos disfuncionales de la dinámica familiar (Lavielle, Pineda, Jáuregui, & Castillo, 2014).
La prevalencia del sedentarismo es mayor en mujeres, aumenta conforme avanza la edad y se lo ha relacionado con los niveles elevados del perímetro de cintura, además se ha descrito que las personas sedentarias presentan un incremento en su frecuencia cardiaca que se podría relacionar como un signo de afectación del sistema cardiovascular (Moreno, Cruz, & Angarita, 2014).
El alcohol es otro determinante importante de la presión arterial, aunque su mecanismo fisiopatológico no está completamente establecido se lo ha relacionado con el aumento de las catecolaminas plasmáticas, aumento del gasto cardiaco, anormalidades en el sistema renina angiotensina aldosterona o del sistema nervioso autónomo o un efecto directo sobre el tono vascular (M. Rodríguez, 2012).
Estudios señalan un incremento del riesgo de hipertensión asociado al consumo de alcohol sin ningún papel específico del patrón de bebida (Amicucci, Gonçalves, Guimarães, & Amaral, 2010; Núñez et al., 2009).
la presencia de conflicto entre padres está asociada con un vínculo más deteriorado de padres e hijos y mayor consumo de alcohol y otras drogas (Fantin & García, 2011)
La hipertensión arterial y el tabaquismo son dos condiciones crónicas altamente prevalentes, afectando a más del 30% de la población adulta, cada una de ellas por separado y hasta al 5% como mínimo su asociación (Pardell, Armario, & Hernández, 2003).
El mecanismo del efecto presor del tabaco es motivo de especulación, probablemente este mediado por una estimulación adrenérgica central y periférica, además debido a su capacidad aterogénica produce una mayor incidencia de HTA renovascular (Roca & Coll, 2010).
  En un estudio realizado en Bangladesh se determinó que aproximadamente un tercio y un sexto de la población adulta de zonas rurales se ven afectados con prehipertensión e hipertensión, respectivamente (Khanam, Lindeboom, Razzaque, Niessen, & Milton, 2015).
Estudios realizados en China revela una elevada prevalencia de prehipertención e hipertensión arterial en adultos y su asociación a otros factores de riesgo cardiovascular (Deng et al., 2013; Huang et al., 2014; Lin et al., 2012).
Existe una diferencia significativa en la prevalencia de hipertensión arterial relacionada con las características geográficas de la población, estilos de vida, consumo de sodio, y nivel de educación (Ruixing et al., 2006).
 
En la provincia de Loja existe una elevada prevalencia de factores de riesgo de hipertensión arterial dentro de los cuales destacan el sobrepeso y obesidad con 63,9 %, consumo de alcohol  40,6 %, consumo de tabaco 42,3 %, inactividad física 55,8 %, prehipertensión 34,8 % (Freire et al., 2014).
Los cambios en los estilos de vida como abandono del tabaco, reducción del exceso de peso, moderación del consumo de alcohol, actividad física, reducción de la ingesta de sal, aumento de la ingesta de frutas y verduras conjuntamente con la reducción del consumo de grasas saturadas pueden contribuir a disminuir los niveles de presión arterial (Calvo, Waisman, & Juncos, 2010).

Conclusión:
La mejoría de la atención médica requiere un cambio de enfoque desde el paradigma biológico a un enfoque sistémico biopsicosocial competente al médico de familia, de manera que se brinde una atención integral, continuada, involucrando a la familia y comunidad, con prácticas orientadas a la promoción y prevención de salud.